jueves, 27 de septiembre de 2007

Revelación

Querido hermano.

Una de las cosas que aprendí en la carrera, y no es poco, fue a desconfiar de la actualidad. A no creerme absolutamente nada de lo que leo en la prensa, veo en los telediarios o, incluso, de lo que me cuentan como noticia cierta.

La lección la aprendí en una clase-experimento, en segundo curso. El profesor de comunicación sacó a cuatro personas de la clase y a una quinta la hizo leer en voz alta una breve reseña periodística. El contenido no lo recuerdo con exactitud pero algo había de una princesa de la realeza europea, un puerto y la botadura de un barco.

Toda la clase entendió la noticia que, por otra parte, no presentaba una dificultad especial. Se hacía entrar entonces a uno de mis compañeros que esperaban fuera y el que había leído en voz alta la noticia se la contaba de memoria. ¡En un solo paso ya se habían perdido piezas importantes de información y otras habían cambiado! Éste se lo contaba al siguiente y el proceso se repetía concatenadamente con los cuatro. La versión de la noticia que tenía el último era completamente diferente a lo inicialmente leído.

Esta revelación ocurrió en un entorno cerrado, entre un grupo de personas pequeño en el que la intención era transmitir la breve y simple noticia de la manera más exacta, en un breve lapso de tiempo… No me costó entonces imaginar que ocurre con los complejos políticos, sociales y económicos que trata la prensa diariamente; no me costó imaginar qué ocurre cuando alguno de los agentes implicados en el proceso es parte interesada de algún modo en el asunto de la información; no me costó imaginar como es afectada la calidad del dato cuando entran en juego el tiempo, el desinterés y la falta de rigor; no me costó imaginar la presión de las redacciones para llenar su cuota de páginas, su media hora de tiempo de emisión; no me costó desentenderme de la actualidad mundial, no por desinterés, sino por la imposibilidad de abarcarla.

Desde entonces he dimitido de la actualidad, de la necesidad de estar informado, del absurdo de tratar de identificarme con problemas que no puedo abarcar y que me quedan muy lejos. Simplemente he decidido que no me importa, porque no puede importarme lo que suceda en un ámbito que no sea el mío más próximo.

He comprobado que para realmente conocer lo que pasa hoy hay que esperar a mañana. Que la verdad de lo que sucede estos días, no la verdad simplista que presenta siempre la prensa, será escrita en libros dentro de unos años. Que el conocimiento requiere paciencia. El resto es ruido.

Por otro lado y paradójicamente soy un firme convencido de que un sistema de estado democrático necesita irrenunciablemente una prensa libre y con voluntad y medios para investigar y denunciar.

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